Terminó otra edición del curso que dictamos en la FADU desde 2016 y, con su finalización, quedan las maquetas como testimonio. Pero, ¿por qué hacer una maqueta? Parece mucho trabajo. En el universo estudiantil la tendencia está dividida: hay quienes detestan hacer maquetas y hay quienes lo adoran. Yo estoy dentro de los últimos. Pero, al margen de esta pasión por los modelos a escala, veamos por qué es bueno hacer una maqueta y, especialmente, por qué es importante poder realizar un detalle constructivo a escala cuando se está resolviendo una obra de arquitectura en tierra cruda, un material olvidado en la arquitectura contemporánea.
La maqueta es una herramienta de comunicación contundente. Permite una visualización completa y una comprensión cabal del espacio a aquel que se encuentra por primera vez con esta representación de la idea arquitectónica. A quien la realiza, le da la posibilidad de verificar ciertos encuentros entre materiales y sistemas y de anticiparse a los posibles conflictos que pudieran llegar a surgir con la materialización.
Existe una variable adicional cuando hablamos de arquitectura de tierra: es posible ensayar un suelo al ejecutar este modelo a escala. ¿El suelo elegido es el adecuado para la técnica que se piensa usar? ¿El muro de tapia tiene la suficiente cohesión? Si se desgrana, ¿le faltó humedad o le faltó fuerza al apisonar? Los muros de quincha (o “sistema mixto”), ¿presentan fisuras? ¿Tienen suficiente fibra? ¿Este suelo elegido tiene la suficiente arcilla para producir adobes compactos? Todo esto se puede saber con sólo realizar la maqueta y, así, poder saber de antemano las cosas que habría que corregir. Además de ser objetos bellos, las maquetas son el hogar de nuestros sueños.
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